miércoles, 17 de junio de 2009

Sólo conmigo, en el campo...


Escribo mientras invade la casa el siniquete de los cencerros en el cuello de los bueyes, que llegan a descansar en el cercado de detrás de la casa después de la jornada en el campo. Escribo desde la soledad, cuando la tarde ya ha empezado a convertirse en noche y llega el momento de madurar lo aprendido durante todo el día. Y este momento de reflexión me ha empujado a contaros las ganas que tengo de que llegue el domingo y mirar la plaza de Las Ventas desde ese túnel del patio de cuadrillas, donde el futuro no existe más allá de las próximas dos horas y los miedos se multiplican por mil. Allí, cuando suenan los clarines y rompe el paseíllo, no existen los milagros...
Por eso hay que estar muy preparado, física y mentalmente, porque esa plaza te puede cambiar la vida. Yo tuve la fortuna de vivirlo de novillero. No tenía nada hecho después de la novillada de San Isidro, y aquélla me valió veinte novilladas y veinte corridas de toros, además de la alternativa en San Sebastián.
Y para prepararme fue para lo que me recluí en el campo, donde estoy ahora, donde voy matizando mi toreo para demostrar en Madrid que los aficionados que quisieron esperarme no se equivocaban. Ya sé lo que es abrir esa puerta, y también cómo te sientes cuando tocas pelo en Madrid, y no quiero que se me escape esa sensación. Quiero volver a vivirla...
He querido regalaros esta foto que me hizo Alberto Revesado mientras tentaba en la ganadería de Ortigao Costa. Expresa un buen montón de sentimientos que quiero compartir hoy con vosotros. Al igual que con todo aquel que decida ir a verme a Madrid. Es un triunfo que me hace mucha falta y les prometo que no les defraudaré...